martes, 23 de febrero de 2010

Un Pleno excepcional




Sonaba a asonada terrible, nunca la habíamos experimentado, pero sabíamos sus consecuencias. La historia enseña a tener miedo, pues todos llevamos incorporado a nuestro bagaje una herencia violenta en la que la fuerza tuerce las voluntades para imponer la suya y ese 23 de febrero de 1981 merendamos golpe de estado, que tal como estaba la situación del país todo el mundo parecía esperarlo sin esperanza de exoneración ni refugio para amortiguarlo.

Escribió García de Cortazar que la historia de España es rica en perdedores y olvidados, avara en crepúsculos y elegías y la algarada en el Congreso de los Diputados escenificaba el ocaso, una vez más, de los deseos de libertad, o no tanto, que los españoles acarreamos en nuestro código social y cultural. La mayoría no sabíamos que significaba la democracia, nuestros mayores sí, pero todos o casi todos la queríamos, porque así se votó, tal cual dijeron y propusieron aquéllos que ese día a esa hora vimos esconderse en sus escaños. Todos no, casi todos porque, como se ha encargado Javier Cercas de resaltar figuras y desmenuzar motivos, Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo no lo hicieron.



Cada uno de nosotros guarda recuerdos de aquellos momentos porque las vivencias son estampas colgadas en la memoria que con el paso del tiempo, ya añejas, son endulzadas por ese deseo irrefrenable de vivir sin pesadas pesadillas, sin más tormento que el quehacer cotidiano, que bastante es. Sin embargo, no fue una tarde fácil para nuestros marbellenses representantes municipales, habían sido convocados para un pleno ordinario - maldita coincidencia- a las 19:05, cuando desde las 18:22 Tejero exhibía toda la chulería acumulada por años de despotismo canalla.

Eran 23 ediles con Alfonso Cañas a la cabeza. Aún a sabiendas de lo que acontecía, no todos pero casi, decidieron celebrar la sesión en un acto de temeridad manifiesta, una resolución sorprendente, sin precedentes ni parangón en nuestro país. Un pleno excepcional en un estado de excepción, que quizá quisieron convertir en ejemplo de normalidad y en mensaje tranquilizador, pero allí no había más de diez o quince personas entre el público y por supuesto no había cámaras de televisión para retransmitirlo, ni creo que a casi nadie le interesara. Tan incrustada tenían en las entrañas su conciencia cívica, que quizá pensaron con esa medida mostrar un espíritu de abnegación pese al peligro que corrían sus vidas y haciendas. Mientras, los españoles, todos, buscábamos amparo en nuestras casas, las calles quedaban desiertas y España se apagaba sin atisbo de rebelión civil ni resistencia callejera, que 40 años de dictadura dejaron taras en el arrojo y la voluntad.



Comenzaron la sesión aprobando asuntos urbanísticos, debatieron y votaron con normalidad. Se dio cuenta del nombramiento de Antonio Ruiz Castañeda como teniente de alcalde del Partido Comunista de Andalucía ¡toma ya!, pero las noticias que llegaban a través de un pequeño transistor que portaba un periodista en la sala acrecentaban la angustia. Tras el punto 21 suspendieron el pleno durante media hora que, transcurrida, trajeron su finalización: “ante las noticias que la radio ha venido retransmitiendo desde antes del comienzo de la sesión sobre los acontecimientos que se vienen produciendo en el Congreso de los Diputados, comunicando que oportunamente se comunicará la fecha en que se reunirá nuevamente el pleno municipal para tratar los restantes asuntos incluidos en el orden del día”. Se levantó la sesión a las 20:25. Silencio y marcha. Sin huidas ni aspavientos. Rabia y preocupación. No quisieron ser héroes, pero lo fueron, tampoco deseaban transfigurarse en mártires, aunque cerca estuvieron. Un héroe no lo es solo por sus hazañas sino también por sus virtudes y no hacen falta mitos ni gestas épicas, solo convencimiento en su tarea de proteger y servir al ciudadano, mostrando coraje y gallardía. Políticos auténticos.

El 25 de febrero, sin mencionar el golpe, finalizaron el pleno suspendido. No fue hasta el día siguiente cuando los mismos concejales en el mismo lugar aprobaron por unanimidad una moción de repulsa contra el golpe y de apoyo a la manifestación que se iba a celebrar el día siguiente con el lema “Por la Libertad, la Democracia y la Constitución”.

“El señor Alcalde seguidamente dio unos vivas a España, al Rey y a Andalucía”.

Mi padre era uno de ellos y yo estoy muy orgulloso de todos.

jueves, 18 de febrero de 2010

Sierra Blanca: ascenso y descenso




“Una incidencia de tantas me deparó inesperado reposo, durante pasajeros días de encanto, consumidos en la Costa Bella, desbordante de luz y maravillas, en ese litoral malagueño que es la ruta costera de Algeciras. Mi sede accidental «El Rodeo», mansión coqueta y confortable, de sibarita propietario, abre su panorama del norte hacia región montañosa, de esplendores y atractivos, mientras por el sur teje el mar una gama suave de azules y grises de plata que se truncan en las sierras africanas visibles tan sólo cuando no hay «tapón» en el Estrecho”.

Así describía, en 1945, Arnaldo de España su estancia en el hotel de Ricardo Soriano, en un artículo publicado en la revista de la Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. Había sido consejero antes de la Guerra Civil del Comité Olímpico Español y secretario general de la Sociedad Española de Alpinismo, además de ejercer como periodista y escritor. El albergue era entonces lugar de descanso para viajeros de paso a Gibraltar y plácido escondite de otros protegidos de la Gran Guerra Mundial.

Había recorrido muchos países durante la Guerra Civil: “por rincones difíciles del mapa del mundo donde la furia de las taras humanas hervía en toda su tremenda, máxima y hecatómbica proporción”, mientras anhelaba volver a la montaña con el alma herida ante “la bancarrota de una época lamentable de locura y desorientación”. Su intención era alcanzar la cima del pico de La Concha.



Partió la excursión desde la venta San Rafael “por senderos incipientes y cortando terrenos de labor y praderío, atravesamos una planicie extensa, transición campera entre la zona habitada y la abrupta de la montaña, siendo el cortijo «Nagüeles» el primero y único caserío que hallamos en ese tramo del trayecto”. Allí encontró abundantes cepas, último vestigio que resistía a duras penas: “los racimos de moscatel, prietos y dorados, que al comienzo del camino se manifestaban con peligro en las cepas exuberantes de su cultivo”.

La ascensión comenzó por una brecha que conducía a una torrentera “por la cuerda serrota que forma crestería artística y menuda, ascendente hacia la cumbre” y allí toparon con un cabrero al que fotografiaron tras atender y no entender unas explicaciones del entorno. Alcanzaron el Cerro del Sol y llegaron a la mina Junquillo. Cruzaron al collado de la Perdiz y después subieron al pico del Algarrobo, donde pudieron apreciar las numerosas cuevas “grandes y habitables denominadas Madrinas”.

Culminaron la ascensión y la emoción por el panorama se hizo patente para alguien que, tras tantas atrocidades, parecía buscar la serenidad perdida, las bondades de la tierra lejos de ella, en las alturas: “Hacia el Sur, el mar ocupa la extensión total visible hasta la costa africana, dilatando sus límites en meandros pintorescos que forman bahías de renombre y cuyos salientes principales se destacan por torres de señales y faros hasta perderse fundidos en el cielo, formando un arco de esplendorosa cornisa que se abarca casi entera desde Algeciras a Málaga, es decir, la magnífica Costa Bella en su total longitud”.


Su compañero debía ser marbellense, pues conocía cada cortijo de los que se mostraban a la vista: “En el mismo perímetro están ubicados en formación escalonada, caseríos de fama, salpicados con profusión, destacando en especial con sus denominios eufónicos, los de Quiñones, del Caballero, de las Marinas, de la Caridad, de Juan León, Casa Blanca, de la Vega, de Lago, de la Vuelta, del Marqués, de la Fontanilla, de la Mariposa, del Mazoll, de Lambomba [sic], de San Ramón, Huerta Grande, de Peñuela… Forman un tapiz verdadero policromado y riente, de unos seis kilómetros de anchura, lanzado hasta el pie mismo de la montaña, la cual divide este aspecto suave y bucólico, del laberíntico y abrupto que se ofrece por el lado opuesto”.

Pero lo que aparentaba ser una pintoresca jornada campestre, un agradable paseo de seductores paisajes, en una sierra de admirable porte, no lo fue tanto.

Era verano, hacía calor y se quedaron sin agua, “la gran tragedia de la expedición” en palabras de Arnaldo de España que junto a su compañero, tras disfrutar un rato de las vistas desde la cumbre de la Concha, iniciaron el descenso “por la barranca profunda y vertical de la vertiente contraria a la de la subida y cuya divisoria era la cuerda que atacamos”. Habían errado el camino y la situación se complicaba. Dirigieron sus pasos hacia el este por una torrentera peligrosa: “El que iba delante sufrió la avalancha del que venía detrás, ya que resultaba no fácil marchar a la misma altura, y así, por tramos pesadísimos, que nos hicieron caer varias veces y sofocados en aumento por falta de viento en aquel callejón hundido, tuvimos que compensar, de modo relativo, la carencia de alivio por lo exhausto de la cantimplora, haciendo algunas paradas que reponían fuerzas, tumbándonos sobre el propio torrente”.



La llegada a las ruinas de la ermita de los Monjes, tras tres largas horas de insolación y sufrimiento, tuvo un curioso y surrealista desenlace: “Eran las 15:30, y a la «vera» de los escombros descubrimos una charca nada limpia ¿palúdica, tal vez?, con detritus forestales y abundante manifestación biológica; mas era tanta nuestra sed y tan inaguantable ya, que, apartando todo elemento imbebible, saciamos el ansia casi con ferocidad, y recuerdo con rabia, que cuando me acercaba a los labios el vaso número cinco, el canto alborozante de un gallo allí mismo nos indicó la existencia probable de humanos entre las ruinas… una familia menesterosa ocupa un rincón ingeniosamente habilitado para su uso y allí está dedicado al pastoreo y venta de leche y quesos”.

Saciada la sed y fotografiados los humildes residentes de los Monjes, el panorama parecía aún más hermoso: “Un verdadero jardín era el camino, a partir de aquel momento y entre adelfas en flor, algarrobos frondosos y acompañados de continuo por la cantata irreductible de innúmeras chicharras pobladoras de aquellos lugares bonitos, serpenteamos hacia el puerto de Juan Ruiz, pasando por otras ruinas innominadas, para alcanzar el collado terminal, que nos colocó fuera del barranco por completo, enfrentándonos con sendas y accesos fáciles, circundados de pitas enormes y pintorescas que finalizan en Marbella”.

Tras bajar por la senda de Cantarranas dieron por terminada la excursión: “el mismo locomóvil de por la mañana nos reintegró a nuestra base cuando anochecía en la Costa Bella y las luces de faros y caseríos ponían brillanteces de vida en la oscuridad donde ya se había diluido el perfil de «nuestra» Sierra Blanca, como la llamaba después mi compañero de escalada, porque ̶ añadía ̶ la hemos conquistado con las máximas dificultades, como creo no existan muchos marbellenses que lo hayan hecho, pues es corriente adoren la peana sin llegar a besar la santa”.



La escena, pese a las dificultades, se expone idílica. Arnaldo de España rehuía del horror de los tiempos, buscaba un bálsamo, acaso una redención, pero tras la belleza de la sierra, oculta bajo ese manto pintoresco, sucedía otra tragedia, humana, de crueles secuelas bélicas, que quizá nunca conoció aunque la rozó, que no la sufrió pero compartió su espacio. Jamás pudo atisbar que el peligro de su aventura fue considerable. Ese verano de 1945 había sido desmantelada una supuesta organización clandestina comunista según sumarios oficiales. Hubo 104 detenidos, muchos de ellos se escondían en sierra Blanca y otras aledañas como único refugio ante una represalia implacable.

A Paco Machuca le brillan los ojos y lanza salvas de argumentos cargados de pasión, cuando cuenta todo lo que sabe al respecto, que es mucho y Lucía Prieto confirma y sabe que es una historia triste, muy triste, pues afirma que no llegaron a formar una organización militar, mas la mayoría eran civiles huidos del horror y de las purgas, que se arrinconaban en las cuevas Madrinas, en la mina de Buenavista, en Puerto Rico Alto. Refugiados, que recorrían parajes inaccesibles como salvoconducto, que al contrario que el excursionista los atravesaban para sobrevivir, que obtenían víveres y asistencia por medio de los cabreros y la ayuda de otros marbellenses. Algunos fueron asesinados en la sierra, otros fueron encarcelados, los menos consiguieron escapar.

Cuán aparente puede resultar un mundo que esconde sus horrores tras un horizonte hermoso. Un sentimiento contradictorio, entre el espanto de esos hechos y la ternura de esas sensaciones, recorre nuestra sierra y nuestra historia. El espanto impide el olvido. El encanto aletarga el dolor y la memoria, aunque no frena ese estremecimiento íntimo y muy humano que produce mirar el paisaje desde la cima.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La belleza de Costabella




“La ciudad de Marbella «abrigada por sus pinares, besada por su mar», según frase de un ilustre literato inglés, es sin duda alguna el sitio ideal para residencia lo mismo en invierno que en el estío. Su posición topográfica al cobijo de su pintoresca sierra, que la libra de los aires norteños, proporciónale una temperatura uniforme y deliciosa de constante primavera. Siempre produce este bello rincón de la provincia de Málaga una singular atracción de simpatía. Pero cuando después de haber visitado detenidamente toda la Costa Azul francesa y la Riviera italiana, hemos vuelto a estar en Marbella, nos damos cuenta aún más de la justeza que envuelve su otro nombre «Costabella» con el que ya es corriente designada. Porque ya no es solo su belleza la del mar, sino el primor, lo interesante y alegre de su costa y de su cielo”.

No es una descripción incluida en un libro de viajes, no es un folleto promocional turístico, tampoco una reseña periodística, es el texto que comienza la memoria de un proyecto municipal de alcantarillado, de Saneamiento y urbanización del “Arroyo de la Represa”. Lo firma un perito aparejador en septiembre de 1935, diez meses antes del estallido de la Guerra Civil. Es un documento extraño por la acusada lírica de la presentación de lo que iba a ser la construcción de una alcantarilla, cubierta por una bóveda, desde el Puente Málaga hasta el mar, con el objetivo de “evitar las charcas pestilentes que producen los dos arroyos que discurren por el casco urbano, constituyendo focos de infección y pestilencia”. A Víctor Hugo, en su novela Los Miserables, las cloacas de París le inspiraban un raro sentimiento estético. Escribió que la historia de las ciudades se refleja en sus cloacas y Marbella aún se reflejaba en las tan estrechas y ruinosas como legendarias cloacas romanas y andalusíes.

Podemos notar cierta influencia de las obras de Ramiro Campos Turmo y también de las del novelista Alberto Insúa como se encargó de resaltar el aparejador: “Marbella tiene paisajes difíciles de describir por pluma alguna; de ella han tratado muchos escritores, sobre todo extranjeros, y entre los nuestros el gran literato, honra de la novela española, Alberto Insúa, que prendado de sus encantos y agradecido a su clima la hizo ofrenda delicada, hace años, de los primores de su pluma en artículos y conferencias”.



La Guerra Civil impidió la ejecución del proyecto y no fue hasta 1964 cuando se retomó para que por fin, por primera vez en nuestra historia contemporánea tuviéramos una red de saneamiento digna. El embovedado propició la apertura de una calle, pomposamente calificada de avenida quizá para que su hermanamiento con la tunecina ciudad de Nabeul no quedara en desaire. Son otras alianzas de civilizaciones.

En este invierno de chuzos, asomado en la desembocadura del embovedado arroyo, recordaba las palabras de mi amigo Juan Antonio Iborra sobre los peligros de adentrarse en nuestra red de saneamiento, tales como los de cruzar ciertos umbrales del pasado. Presencio como el agua evacua con furia la historia de la ciudad e intento descubrir esas historias depuradas y filtradas, entre ellas que el turismo fue un invento anterior a la Guerra: “Su temperatura, aún más suave y constante que la de Málaga, unida al placer del viaje por la bellísima carretera de la Costa, prestan un doble interés a su visita, y es muy corriente que los turistas, sobre todo si son ingleses, «prendan» allí fijando su residencia estival o invernal en su ideal ámbito”.

Costabella fue a la belleza del paisaje lo que la Costa del Sol al turismo de masas. A la par que menguaba la primera denominación, el paisaje se deformaba y la belleza se sustituía por artificiales “typical spanish”, la costa se insolaba de riquezas, cegada por un resplandor dorado y tintineante.

En 1953, se atisbaba que Marbella no iba a ser dueña de su destino, que incluso nos estaban cambiando el nombre, como lo expresaban los munícipes un tanto alarmados por el inicio de una campaña desde Madrid, con artículos periodísticos de José María Pemán y Ramón Ledesma Miranda: “en relación con las denominaciones que se adjudican a nuestras costas, se debe hacer constar que las mismas ya tienen su nombre de antaño, cual es el de «Costabella», nombre propio que no se confunde con ningún otro de procedencia extranjera”. El Primer Teniente de Alcalde, Guillermo Alcalá López, propuso que la petición se hiciera llegar al Ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, pero fue inútil, la maquinaria gubernamental engulló a las Costas del Sol de Estoril, Almería, Granada y Benicarló, para convertir la nuestra en la más soleada de las costas, con el sol de cara y la Falange detrás.

jueves, 4 de febrero de 2010

Planes de ordenación




En 1970 Cristóbal Martínez Bordiú, yerno de Franco, por medio de la sociedad Instituto Costa del Sol, presentaba el proyecto para la construcción de la clínica hotel Incosol. El solar donde se iba a levantar el edificio invadía el trazado de la autopista que el Plan General de Ordenación Urbana, aprobado en 1968, había previsto. A la irregularidad calificada, por la Oficina Técnica Municipal, como “posible interferencia que no debe obstaculizar su realización” se sumaba el hecho de que ya se había colocado la primera piedra. El incumplimiento del límite establecido para la altura de las construcciones propició la solicitud del Ayuntamiento al Ministerio de la Vivienda para suprimir la norma porque la singularidad de la edificación confrontaba con la rigidez de la normativa. El Hotel fue inaugurado en 1973 con la presencia del General, a la autopista se le cambió el trazado y la normativa sobre alturas modificada.

La historia de los planes de ordenación ha ido en paralelo a sus incumplimientos. Una tensa confrontación entre legislación e intereses, entre ordenación y desordenación, que en la mayoría de los casos se ha inclinado a favor del infractor. Hechos consumados que se yerguen en grandes bloques de hormigón o en increíbles zonas verdes de paisajes fracturados. Una metáfora del poder de la especulación y la corrupción contra ese imperio de la ley que deja de ser imperio y ley desde el momento en que la eficacia de su aplicación no supera la barrera de la declaración de intenciones y queda en grandilocuentes manifestaciones de políticos ufanos que auguran triunfantes y ordenados futuros. En estos cincuenta años de desarrollismo brutal, que algunos aún hoy califican de moderado, otros pretenden que ahora sea sostenible, hemos pasado de diez mil habitantes a ciento veinte mil, de dos mil viviendas a doscientas mil.



La urbanización masiva de la franja litoral, debido a la insuficiente firmeza de los planes de ordenación, tuvo como consecuencia importantes desequilibrios y problemas a los que todos los interesados buscaban culpables. En 1969, los redactores del Plan de Promoción Turística de la Costa del Sol alertaban de nefastas consecuencias, resumidas en anarquía urbanística, proliferación de urbanizaciones piratas, exceso de planeamientos e inercia administrativa. Las culpas eran repartidas entre particulares, promotores y administración: “Desde el punto de vista de los particulares, la fiebre de la especulación se convirtió en una competición apresurada donde no se tenían en cuenta ni normas ni principios legales, urbanísticos, ni coyunturales; y desde el ángulo de la administración se produjo un desbordamiento de la situación sólo paliado por el incremento de ingresos producidos por edificaciones y a causa del consiguiente incremento de la habitabilidad y del nivel de vida. El tono pesimista era compartido por los Promotores de la Costa del Sol que auguraban que “la ocupación del espacio del litoral se desarrollará sin ninguna ordenación, a un ritmo rápido, sin reservar superficies para los equipamientos colectivos y los aparcamientos necesarios… La Costa se convertirá en un muro de hormigón”.

De hecho, en 1966, el redactor del Plan Parcial de Ordenación de la ciudad, Vicente Sánchez de León Pacheco, mostraba su resignación: “Puede que en el fondo, la realidad aunque algo triste se imponga y aunque casi todos estamos de acuerdo en que Marbella era mucho más agradable antes de la avalancha turística, la construcción tan exagerada por un lado, el valor del terreno y la gran demanda por otro, han hecho lo que Marbella es en la actualidad. La verdad es que todavía conserva algo de su carácter”.




El primer Plan General de Ordenación de la ciudad aprobado en 1968 pronosticaba un espléndido porvenir: “En un territorio de más de once mil hectáreas, con 28 kilómetros de playa, no es posible imaginar pueda ser urbanizado en su totalidad porque en tal caso desaparecería el paisaje que es el fundamento de la Costa del Sol”. Sin embargo el cálculo de la capacidad de población, 320.000 habitantes, y el método de estimación basado en la superficie de la playa, cinco metros cuadrados por bañista, no resultaban alentadores. La propuesta proponía la creación de tres ciudades turísticas: Marbella, Elviria y Andalucía la Nueva. Primaba la creación de unidades autosuficientes por medio de planes parciales, pero también venía a legalizar docenas de urbanizaciones clandestinas construidas al amparo de la confusión legal.

Fueron abusos, silenciados por el franquismo, escasamente conocidos, algunos enterrados para siempre junto al silencio de sus actores. Nunca podremos calibrar la envergadura de estas anomalías urbanísticas, mas sí confirmar su existencia, como sucedió con la aprobación del Plan para el Parque de Turismo de Nueva Andalucía que había sido publicada en el Boletín Oficial de la Provincia un día antes de su conformidad municipal en pleno y que pese a las protestas de los muchos afectados sobre las muchas irregularidades ninguna alegación fue tenida en cuenta. El proyecto, que afectaba quince millones de metros cuadrados, fue aceptado en un mes sin apenas objeciones municipales.

La escasa efectividad del planeamiento trajo como consecuencia algún ejemplo paradójico en el que la fuerza del sentido común se imponía a la legislación. El Ayuntamiento de Marbella había concedido licencia para la construcción de ocho torres de dieciocho plantas en la urbanización Marbella del Este. Cuando se iniciaba la construcción de la segunda la promotora solicitaba la anulación del proyecto: “Que a primeros de septiembre de 1972 fuimos requeridos verbalmente por el Excmo. Sr. Ministro de Información y Turismo, Sr. Sánchez Bella, para que reconsideráramos nuevamente todos nuestros planes constructivos en el sentido de, principalmente, reducir alturas de nuestras proyectadas y aprobadas torres, a fin de defender el paisaje de la zona y dar a Marbella un tono y aspecto distintos a los usuales hasta ese momento en otras zonas turísticas. Que tras una larga y movida entrevista de sus directivos y técnicos con el Excmo. Sr. Ministro en Madrid, nos vimos obligados a desistir de la construcción de las torres y a dar un nuevo sentido a nuestra urbanización”.

En similares circunstancias se hallaba el proyecto del Puerto de Cabopino, su arquitecto Rafael Arévalo Camacho, resumía así la reforma del original: “El proyecto primitivo, ajustado a cuantos condicionantes urbanísticos imponían las ordenanzas recogía una ordenación muy densa con alturas excesivas que llegaba a agobiar la misma promoción e incluso a deteriorar el paisaje, todo fruto del deseo de los promotores – lógico aunque desafortunado en el presente caso - de agotar la máxima edificabilidad autorizada. La persistencia con que este punto de vista fue expuesto por el arquitecto, incluso durante la redacción del proyecto, el apoyo que este sentir encontró en el propio Delegado Provincial de la Vivienda… llevaron al convencimiento de los promotores de redactar un proyecto más ágil e identificado con el paisaje aún a costa de una reducción del volumen construido”.



Con la democracia, el flamante plan general de 1986, pleno de derechos, seguridad jurídica e intenciones sociales, topó a las primeras de cambio con la amenaza de la urbanización del Pinar de Nagüeles. Ni el “Hala, hala, hala, Nagüeles no se tala”, ni los estudios de expropiación, ni la desesperada intención de convocar referéndum para decidir su futuro, sirvieron para impedirlo. Subterfugios legales, silencios administrativos, contenciosos y demás jugadas, todo un compendio de derechos y seguridades jurídicas inclinaron de nuevo la balanza a favor del promotor.

Estas anécdotas, entonces graves irregularidades urbanísticas y hoy hechos consumados, que hubieran desbordado a cualquier fiscal, pretenden ilustrar la génesis de un problema, mostrar la reiterada falta de rectificación ante los errores del pasado y expresar la sensación de que la impunidad de las arbitrariedades urbanísticas se impuso a la par que crecíamos como destino turístico.

En estos días festivos de aprobación del tercer plan legal y general de ordenación urbana de la ciudad, que ha vuelto a legalizar miles de viviendas consideradas ajenas al planeamiento vigente, que se celebra con buenos augurios de un futuro mejor, que se ensalza como normativa que va a restituir la seguridad jurídica, no está de más recordar que a las ciudades se les reconoce y califica por su paisaje, a los políticos por sus hechos y a los planes de ordenación por los beneficios que reportan a la calidad de vida de sus ciudadanos.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Símbolos del Franquismo




Cuando se derribe la antigua Casa Sindical, caerá el penúltimo edificio institucional franquista, el otro es el Ayuntamiento que por ahora parece que no va a ser demolido.
Grandes controversias ha levantado su subasta, su adjudicación y la concesión de la licencia para su construcción, pero a mi sólo me produce un sentimiento agridulce pues, si bien, nunca hubiera permitido su subasta y lo habría recuperado como equipamiento para la ciudad, por otra parte se debe tener en cuenta que representa la imagen de un régimen dictatorial.
Dicen que no tiene valor arquitectónico, pero para que un inmueble forme parte de los considerados bienes patrimoniales, no es necesario que tenga valor arquitectónico sino representatividad histórica y arraigo social. Representa al franquismo y el devenir de los marbellenses se vincula fuertemente con el inmueble.
Hace ya muchos años, Cilniana pidió su protección patrimonial, entonces aún no se había subastado, ni adjudicado a quien se adjudicó. Casi nadie apoyó la propuesta y ahora, a buenas horas mangas verdes, una vez finalizado el procedimiento administrativo, han surgido grandes defensores del edificio.